Palabras y Palabras



Tengo el mal hábito de leer. Comenzó todo por una señal, una insignificante señal; un libro abierto. Justo afuera de la biblioteca de mi abuelo. No le conocí, siempre estuvo fuera y lejos de sus seres queridos.  Por lo que he escuchado decir a mi padre, viajó mucho, pasaban años y de él nada se sabía. Cuando volvía, parecía una persona completamente distinta, he escuchado también lo inquietante de sus ojos, se menciona que hay algo en su mirada, algo que lo distinguía de todos aquí en el pueblo, insatisfacción  dicen algunos, escepticismo dicen otros. Tan pronto llegaba se enfrascaba en su biblioteca. Lo hacía por unos días,  descansaba, buscaba dos o tres libros los metía en su mochila  y de nuevo a viajar. Mi padre me tenía prohibido hurgar en dicho lugar, solía decirme que los libros le alejaron de las personas y que paulatinamente le trastornaron la razón. Cuan ciertas eran sus palabras, ahora lo entiendo.

Al poco tiempo me convertí en un lector voraz e hidrópico, todo cuanto podía leía; tratados nigromantes, ensayos filosóficos, novelas caballerescas, manifiestos comunistas, poesía... mi percepción de la realidad cambió radicalmente, los molinos de viento ahora son como gigantes para mi,  todo cuanto conocía fue puesto en tela de juicio, así, textos bíblicos fueron sujetos a minucioso escrutinio, seguidos al pie de la letra dejaron de ser Los mandatos de la Providencia. Imposible me fue el saber cómo a oídos del cura tan heréticas disposiciones fueron a dar.  Poco ortodoxos mis pensamientos tornaronse a los pueblerinos, veianme extraño, tachándome de contumaz por alejarme ya del canon establecido. Rehusaba agachar la cabeza y pagar el diezmo, rechacé también la forma tan rampante en que los patrones explotaban a sus trabajadores… Les hablé sobre “la lucha de clases” y de la forma en la que alzando el puño podrían liberarse del yugo opresor, unos cuantos me siguieron pero al poco tiempo se les acabo el dinero para poner comida en la mesa y volvieron cabizbajos al campo. Lo cultivan y derraman mares de sudor pero ínfima es la recompensa.

Paso el tiempo y seguía leyendo, dejé de ser un infante y la tentación de la carne se acrecentó así como mi léxico y con ello, mi habilidad para espetar soecidades o expresar sentimientos concupiscentes; “Hijos de la meretriz de babilonia” llamaba a todos aquellos que contra mi persona atentaran, “Transitar sin sandalia  tu monte de Venus” susurraba a toda aquella fémina que deseara llevar al tálamo, “Me lo paso por donde el coloso de Rodas los barcos” cuando fulano dictaba tal o cual ley.   El contubernio con el vulgo disminuyó,  mi presencia ante todos fue non grata.

De extraño me tilda la mayoría, de seudo intelectual pretencioso aquellos que son letrados y bien  entendidos, es por ello que culpo a los libros y exhorto a cualquiera que leyendo este esto deje tan desagradable hábito. Cierto es que, sobre mi recae algo de culpa por desobedecer a mi padre, si tan solo hubiese seguido: “el recto camino” nada de esto hubierame pasado, debí alejarme de los libros y no vivir ex libris como mi abuelo, no debí entrar en su biblioteca, debí de acallar mi curiosidad por saber más de lo debido, debí tratar ser parte del rebaño, debí haber sido la oveja que derrocha mansedumbre en lugar de aquella que pregona aires de libertad y desapego al canon.

Me encuentro ahora leyendo las memorias de aquel que no siguió mi consejo; al parecer viajó y aprendió mucho pero el precio que pagó fue alto; soledad y una pizca de  locuacidad aunque solo le escuchen las urracas y los cuervos.  

Comentarios